lunes, abril 27

El dulce encanto de la supervivencia



Los que me conocen saben que soy fan de Resident Evil. Hace una semana me gasté media quincena en un Xbox, que tiene la única finalidad de -cuando vuelva a tener dinero- darme horas y horas y horas de sangre y matanza zombie (aunque ya no son zombies) (y bueno, a los zombies por obvias razones no se les puede matar). En general soy fan de los las tramas de los survival horror.

También los que me conocen saben con cuánta pasión devoro películas de suspenso -si incluyen zombies, mejor-. Y aunque no incluyan zombies, el temor y la angustia que me provoca una película es directamente proporcional a la fascinación que va creciendo en mí mientras la veo. Y es que desde siempre he sido fan de la supervivencia.

Todo esto lo atribuyo a que desde que era muy muy chavita, la muerte me ha obsesionado. No tenía ni diez años cuando ya me angustiaba la idea de morirme. Hoy la acompañan otras angustias: el miedo a envejecer, el miedo a estar sola, el miedo a morir sola. Pero creo que por eso disfruto tanto ver películas en las que la gente se enfrenta a eventos sobrenaturales que ponen su vida en peligro; ganen o no ganen, ese es un mundo aparte, imposible.

Sin embargo, no me miento ni les miento: Siento una -entre macabra e inocente- alegría por lo que está pasando en este momento. Me preocupa la gente que pueda enfermarse, me preocupa que mi familia y amigos se enfermen, me preocupa que yo me enferme. Pero lo cierto es que me despierto y espero una noticia ligeramente fatal, enciendo las televisión con la curiosidad de ver algún mensaje trágico en cadena nacional, disfruto el nudo en la garganta que se me forma al viajar en el metrobús rodeada de desconocidos.

Imagino que soy de los últimos sobrevivientes a la enfermedad que todos pueden llamar como quieran, pero que podría ser cualquier cosa y me daría igual... Es el ver las calles vacías lo que me pone así: adrenalinosa.













No conforme con la sensación de desolación y tristeza que ya puede sentirse en el ambiente, hoy tembló. Los que me conocen sabrán que soy muy sensible a los temblores: me refiero tanto al momento de percibirlos como al momento de lloriquear como nenita después de que pasan. Vivir en Tlatelolco no me ha ayudado, ahí los temblores se sienten como de 5 grados Richter más. Pero hoy estaba en la oficina y no lo sentí, solo supe que estuvo cerca de los 6 grados y lamenté un poco no haber estado en mi edificio para tener mi acostumbrado ataque de pánico. Nah, la verdad estuvo bien no tenerlo. Después los celulares no servían y me preocupé. Llegué a mi casa y encontré el polvito que se cae de las paredes cada vez que tiembla:



Y por si todo esto no fuera suficiente, a las 6:15 de la tarde más o menos se vino un ventarrón loco que tiró un árbol y rompió uno de los ventanales de la oficina (la de la imagen no es mi oficina y eso que está roto no es un ventanal). Como que quiso llover, pero ya hubiera sido demasiado. Sin embargo, se fue la luz en la colonia Florida y algunas aledañas y el panorama era más o menos este:












Para cuando llegué a mi casa [después de rozarme con la pelusa del metrobús sin tapaboca (tapaboca per RAE) ni nada así], me sentía extrañamente contenta y satisfecha. Veía la luz del sol meterse entre los edificios de Tlatelolco y pensaba en que quizá Chuck Palahniuk tiene razón: Cada generación desea ser la última. La música que me gusta ya nunca pasó de moda, no hubo más libros nuevos que leer después de que yo muriera, no hubo nuevos descubrimientos. No vi a los autos volar a cien metros de altura, pero nadie más los vio. No leí en el encabezado de todos los periódicos que la cura para el SIDA había sido descubierta, pero ya no había a quién curar. No vi a mi hijo a los ojos, pero nadie volvió a ver a sus hijos a los ojos. No descubrí una doctrina ni una religión que me satisficiera; pero los que sí adoptaron alguna se la pelaron tanto como yo. Nunca tuve mucho dinero ni fui hermosa, pero al final eso no hizo ninguna diferencia para nadie. El mundo se detuvo conmigo cuando cerré los ojos.







Sin embargo, a quién quiero engañar. Llegué a mi casa y me sentí Melvin Udall. Me lavé las manos y los brazos hasta los codos, copiosamente, luego me las desinfecté con alcohol. Me quité la ropa y la dejé en el bote de ropa sucia. Me puse la pijama, me lavé la cara y fui a abrazar a mi mamá, porque pase lo que pase, la verdad es que la idea que más me gusta es la de sobrevivir. No seré hermosa, ni tendré mucho dinero, ni veré autos voladores a cien metros de altura; pero ni por el mejor de los survival horrors en vivo renunciaría a la capacidad de imaginar, recrear, jugar en Xbox y ver en películas el temor a la finitud vencido por mi Chicago Typewriter de un millón de pesetas.

sábado, abril 25

¿Se acuerdan de esa parte

en la que Sailor canta arriba del toldo de un coche que no recuerdo cuál es y tiene una nariz toda rara porque le acaban de poner una madriza pero está muy enamorado?

lunes, abril 6

Chuck Palahniuk en Lullaby

"Experts in ancient Greek culture say that people back then didn’t see their thoughts as belonging to them. When ancient Greeks had a thought, it occurred to them as a god or goddess giving an order. Apollo was telling them to be brave. Athena was telling them to fall in love. Now people hear a commercial for sour cream potato chips and rush out to buy, but now they call this free will.

At least the ancient Greeks were being honest".

sábado, abril 4

Sofía: desastre radiofónico, trágame tierra o Someone's always spraying the air with their mood (Primera Parte)


Supongo que fue en algún momento durante el último año de secundaria y la prepa. Tal vez ya estaba en prepa 9. Mis hermanos escuchaban a Guns 'N Roses y The Beatles. A veces a Bon Jovi. La década pasada estaba por terminar y yo me sentía como cualquier (R.A. dixit) "puberta furiosa": desolada, ignorante, frágil. Mis dos hermanos leían todo el tiempo y yo agarraba de refilón los libros que iban quedando en la casa ya usados, ya violados, ya leídos. Me impresionaba todo. Sabines era el mejor poeta y García Márquez el mejor prosista. Los lugares comunes para mí todavía no eran lugares comunes y yo ni siquiera sabía qué era un lugar común. Un libro era bueno por sí mismo, no me interesaba realmente en qué estima lo tenía alguien más. Yo leía, absorbía, amaba u odiaba. Releía y atesoraba o refundía y olvidaba.

Pero lo cierto era que la música de mis hermanos me tenía podrida. Aunque solo de ellos obtenía información musical y aunque The Beatles me encantaban, estaba hasta la madre de muchas cosas noventeras. A los jóvenes lectores les cuento que en aquella época no había last fm, ni hype machine, ni blogs. O a lo mejor había algo similar, pero a mi alcance solo tenía una grabadora con am y fm y así fue como encontré todo un nuevo mundo de porquerías. Si el título de este post fuera más cierto sería Dios: Someone's always spraying the air with their mood**. El ejemplo más claro de ello es la radio. Para alguien que busca desesperadamente una guía, tener un radio a la mano puede ser un arma de dos filos. O de más.

Así pasé varios años escuchando Digital (gulp, me encantaba Friends Connection) y Universal Stereo, hasta que un día me topé con el 96.9. En esa época se llamaba W FM (desconozco el estatus actual de la estación) y había dos locutores que escuchaba siempre, uno por la tarde y otro por la noche. Pepe Campa (que ahora es locutor adulto buena onda de Universal Stereo) y Ricardo Zamora (que ahora es locutor de Ibero, entre otras cosas ñoñas que hace, como tener twitter). Así que ahí estaban ellos, con sus conocimientos en música y ahí estaba yo, con unas ganas tremendas de ser impresionada. Pero todo estos párrafos son solo para hablar del momento en el que todos ustedes, jóvenes, deben poner un alto a su afición por una estación de radio y sus locutores.

En ese entonces yo no entendía muy bien el concepto de escuchar-buena-música (no que realmente lo entienda ahora, pero por lo menos sé qué es lo que la mayoría toma por buena-música). A mí me gustaba algo y ya, sin importar si era Pink Floyd o los New Kids on the Block. Entonces yo marqué a W FM, una estación que me gustaba, para pedir Tonight, una canción de los New Kids on the Block que me gustaba. Obviamente me pusieron al aire y yo felicísima de estar ahí hablando con Pepe Campa. Decir que se burló de mí es poco, pero hay veces que uno prefiere la burla que le total indiferencia, entonces yo seguía sin colgar y felicísima.

No mucho tiempo después estaba escuchando el programa de Ricardo Zamora. Yo tenía 16, 16, 16 años. Él decía algo sobre Jaime Sabines y bueno, yo en ese momento traía de moda un libro de poemas suyos (no me dejarán mentir, a todos nos da nuestra época Benedetti-Sabines-etcétera. Casi a todos les da también por leer a Cortázar, pero a mí afortunadamente me provocó una hueva enorme desde la primera vez que abrí un libro suyo*). Entonces le llamé a la cabina y totalmente al aire me puse a leer un poema de Jaime Sabines. Me equivoqué tanto y estaba tan, tan, tan nerviosa que a la mitad del poema dije: "ya acabó". Y Zamora dijo: "¿...? ¿Pp-p-pero segura que ahí acaba?" Yo, totalmente estresada, incómoda y malvibrada le dije: "Sí, eso es todo". Hubo un silencio. Luego me dijo que qué bueno que gente tan joven como yo tuviera intereses tan profundos. O algo así.

En la segunda parte entérese de cuando marqué a Radioactivo porque Olallo Rubio me parecía una persona interesantísima. Todavía quedan más osos al aire, ¡vuelva!

*Aunque me inspiró para escribir esto, que me gustó mucho.
**Palahniuk