martes, septiembre 22

Pasó en la sala de una casa que no era mi casa



Anoche soñé que estaba con Adriano, uno de mis sobrinos, en la sala de una casa que no era mi casa. Él tenía en las manos una de esas cosas que traen jabón para hacer burbujas. Lo veía agitar el arito dentro del jabón, listo para soplarle. Yo no quería dejar que lo hiciera porque recordaba la decepción que me provocaba de niña que las burbujas se reventaran cuando mis manos las alcanzaban. Me hacía sentir que mientras yo estuviera cerca o tuviera contacto con las esferitas brillantes, las destruiría; entonces hacía lo posible por que Adriano no padeciera lo mismo que yo. Pero de todos modos lo hacía, soplaba hacia arriba y las burbujas salían multiplicadas instantáneamente. Veía cómo el niño se estiraba para tocarlas y me preparaba para consolarlo después de la desesperación que sentiría por alcanzar y destruir. Alcanzar y destruir.

Adriano estiraba los brazos y recibía las burbujas en sus manos. Dos, tres, cuatro burbujas se iban acumulando en las palmas de sus manitas. Yo estaba impresionada. Tenía ganas de intentarlo, de ver si yo también tenía la capacidad de retenerlas. Lo intentaba.

Colocaba mi mano con la palma hacia arriba y lograba sostener una burbuja perfecta. La analizaba: era de un material pegajoso, una repugnante masa de plástico.

La dejaba caer al piso, arrepentida de haberlo siquiera intentado.