jueves, agosto 6

Del pie torcido a la inconsciencia vecinal

Uno ya debería saberlo: Ningún día que empiece con un pie torcido puede terminar bien.

Al pie torcido siempre le puede seguir una feria de posibilidades: más dolores corporales, malestares estomacales, estrés laboral... Comida que no se antoja (que resulta casi repugnante), un tenedor de plástico que se rompe, sopa que se derrama en la blusa blanca y deja un rastro de miseria que va del pecho al seno y que parece decir: "Sí, es un mal día y como si eso no fuera suficiente, coloco esta mancha que da fe de mi torpeza y patetismo".

A estas alturas uno ya debería saberlo: La culpa no es del pie torcido ni de la sopa. Como tampoco es culpa de los vecinos que las paredes de los departamentos de Tlatelolco permitan que todo pase de un lado a otro: gemidos, lloriqueos, festejos, diálogos de televisión, diálogos de radio, música, "música", "gemidos".

Lo único que quiero es dormir y los vecinos y su inconsciencia (oh, con que de ahí viene el título del post, qué poco predecible) se interponen entre un sueño intranquilo y yo. De cualquier forma, seguramente si lograra dormir pasaría algo de estatus "cereza en el pastel" y temblaría y moriría aplastada o algo. Mejor la inconsciencia de los vecinos.

Y es que a estas alturas uno ya debería chingado saberlo: Ningún día que empiece con un pie torcido puede terminar bien.



Haz tu magia, Morrissey.

3 comentarios:

Essex dijo...

No quiero imaginar que pasaría si le aunamos: el pie torcido fue el izquierdo, justo con el que se levanto de la cama, pinchis escalofríos de pavorosa anticipación.

Anónimo dijo...

ahhhhh, chingon el Morri!

Anónimo dijo...

Diego: Feliz cumpleaños. Jajaja.

Sof.