jueves, enero 22

La envidia personal

Es un extraño mal que aqueja a las personas que están demasiado conscientes de sí mismas y de lo que las rodea. Es un sentimiento jodón y recalcitrante que rara vez se manifiesta en niños y adolescentes. Es un dolor de panza muy tenue, muy intermitente, pero continuo cuando se lo propone.

Es fácil identificarla: empieza cuando uno siente que ya no es lo que era. También puede percibirse cuando uno revisa creaciones -artísticas y pseudoartísticas y no artísticas en lo absoluto- del pasado. Haga el experimento, puede ser lo que sea: un dibujo en algún cuaderno, las conversaciones de messenger a altas horas de la noche, los textos perdidos refundidos en una carpeta que tiene años sin abrirse... La única regla es que tenga más de dos años de haber cobrado existencia.

La envidia personal nace y se siente en y por uno mismo. Se recuerda con extrañeza la cintura que se tenía a los 17 años, se siente cierta nostalgia por el:

¡ _____ hizo ______ y solo tiene (18 o menos) años!

La envidia personal también puede ser provocada por una época en particular, un momento, una sensación, etcétera.

Ahora, tengo una teoría acerca de la naturaleza de esta particular envidia. No es otra cosa que lo que algunos llaman conciencia de la finitud. Querido y desocupado lector, la que esto escribe no hace más que apretar y rechinar los dientes frente a la idea del paso de los años, el paso de la vida, el paso de los sentimientos, el paso de la novedad, la caducidad de la novedad, la caducidad de la belleza, la caducidad de los años, no se diga la de los sentimientos, el paso de la vehemencia, el paso del amor, la caducidad del amor, la caducidad de los etcéteras, etcétera.

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Y aunque disfruto mucho lo que vivo, aunque hoy soy más feliz que nunca, no puedo evitar recordar otros momentos, suspendidos en su calidad de pasado y por lo tanto inmortalizados de manera irremediable. No los añoro, envidio a la Sofía que los vivió y los sigue viviendo en su pretérito perfecto. Pero este instante se antoja imposible, o si posible, mortal; si mortal finito y si finito encabronantemente inasible. Sigo pensando en esa cita que ahora recuerdo imprecisamente y no me atrevo a atribuirla a algún wei incorrecto, pero dice algo así: No puedo ver una cuna sin pensar en una tumba.

Para este mal no hay cura, pero hay placebo.