En De rerum natura pide Lucrecio a Venus paz para los romanos. Implora a la diosa que haga que Marte cese las actividades bélicas, que los ejércitos se detengan, que la guerra llegue a un fin. Lucrecio cree que cuando ese momento llegue podrá dedicarse a trabajar en su obra con serenidad, sin ser importunado; pues la guerra representa un impedimento, un obstáculo que no permite al hombre alcanzar la ataraxia o imperturbabilidad del alma.
Pero lo cierto es que las guerras no son evitables, además son infinitas. No imagino un estado de imperturbabilidad, ya que siempre algo se está debatiendo en el alma. Despertar y levantarse o no de la cama implica una decisión, la mente libra una batalla que determinará el futuro, que marcará lo que será la vida de uno no sólo en un día, sino para todo lo que venga posteriormente. Cada decisión es una guerra, nunca encontraremos la paz. ¿Y para qué la paz cuando las peleas son tan necesarias, tan humanas, tan esenciales? Cuando alguien alcance la ataraxia será al dejar de existir, en la paz perpetua. Podría ser que vivamos en una insociable sociabilidad (® I. Kant), en la que guerra y paz se conjuguen para formar una existencia armónica… Puede suceder que encontremos en un estado belicoso la tranquilidad, creo que eso sí puede pasar. Que lo que se agita aquí adentro sea como algo sumergiéndose en el agua, que de repente alcanza a sacar la cabeza o las manos y se asoma como felicidad, luego como tristeza, luego como dolor, luego como odio, como amor, como placer, lo que se ahoga también grita que está feliz, se hunde, sale un poco y grita que no puede más con ese sufrimiento, pero ríe, se vuelve a hundir, al volver a flotar se le puede ver dormido, tranquilo. Es este perpetuo conflicto de sentimientos y pensamientos y dolores y todo al mismo tiempo lo que nos mantiene en una guerra constante. Y también en una paz perturbada. Y en una serenidad conflictiva.
No sé si Venus en algún momento consideró concederle a Lucrecio el cese de la guerra y la disolución de los ejércitos; pero si yo tuviera la oportunidad no borraría del mundo los conflictos que dificultan vivir tranquilamente, porque debe ser lo más cercano a sentir la muerte, lo más cercano a no experimentar la Vida.
Pero lo cierto es que las guerras no son evitables, además son infinitas. No imagino un estado de imperturbabilidad, ya que siempre algo se está debatiendo en el alma. Despertar y levantarse o no de la cama implica una decisión, la mente libra una batalla que determinará el futuro, que marcará lo que será la vida de uno no sólo en un día, sino para todo lo que venga posteriormente. Cada decisión es una guerra, nunca encontraremos la paz. ¿Y para qué la paz cuando las peleas son tan necesarias, tan humanas, tan esenciales? Cuando alguien alcance la ataraxia será al dejar de existir, en la paz perpetua. Podría ser que vivamos en una insociable sociabilidad (® I. Kant), en la que guerra y paz se conjuguen para formar una existencia armónica… Puede suceder que encontremos en un estado belicoso la tranquilidad, creo que eso sí puede pasar. Que lo que se agita aquí adentro sea como algo sumergiéndose en el agua, que de repente alcanza a sacar la cabeza o las manos y se asoma como felicidad, luego como tristeza, luego como dolor, luego como odio, como amor, como placer, lo que se ahoga también grita que está feliz, se hunde, sale un poco y grita que no puede más con ese sufrimiento, pero ríe, se vuelve a hundir, al volver a flotar se le puede ver dormido, tranquilo. Es este perpetuo conflicto de sentimientos y pensamientos y dolores y todo al mismo tiempo lo que nos mantiene en una guerra constante. Y también en una paz perturbada. Y en una serenidad conflictiva.
No sé si Venus en algún momento consideró concederle a Lucrecio el cese de la guerra y la disolución de los ejércitos; pero si yo tuviera la oportunidad no borraría del mundo los conflictos que dificultan vivir tranquilamente, porque debe ser lo más cercano a sentir la muerte, lo más cercano a no experimentar la Vida.